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Guansaponatáin

El césped del Azteca

El césped del Azteca

Corríamos sobre los lirios enmarañados, tras un balón, imaginando que jugábamos futbol sobre el césped verde y plano del Estadio Azteca. Era 1986.

El día que lo descubrimos fue cuando pasamos los límites de la “frontera de peligro” que nos habían marcado nuestros padres. Salimos de la zona de casas y caminamos entre matorrales y hierba alta, abriendo paso como exploradores en la selva; quitábamos un matorral de nuestro camino, enseguida algo que parecía pasto gigante y que a algunos de mis amigos tapaba por completo. A mí no. Yo era el más alto. Seguimos avanzando y llegamos. Ante nuestros ojos se desveló el lago de Texcoco, o lo que quedaba de él. Sabíamos que era el lago, pero no vimos agua, vimos un enorme campo de futbol. Entramos precavidos, pisando verde, hierba que ahora recuerdo entrelazada como si cientos de manos las hubieran unido como cuando se teje el petate. Corríamos y brincábamos por todos lados. Gritando alegres. Entonces comenzaba la marea, y surfeábamos sobre pasto, las olas nos aventaban al cielo y aterrizábamos sobre otra y otra ola. La diversión no se acababa.

Sólo había un detalle, no debíamos quedarnos quietos porque los pies comenzaban el descenso a lo zona oscura del lago, a lo profundo. Nunca medimos la profundidad, pudimos hacerlo con una vara pero no quisimos, aunque para lograr esas olas, tenía que ser considerable. Entonces correr era la diversión… y la supervivencia.

Fuimos pocas veces, porque nos dijeron que unos niños se quedaron quietos; no corrieron ni brincaron, y se los trago el pantano de Texcoco. Nunca supimos si fue cierto o no (probablemente sí), pero funcionó para alejarnos. Ahora, después de más de treinta años, recuerdo la imagen que tuve cuando quité la hierba y miré en dirección al Sol, que iluminaba la cancha del Azteca, verde, plana y brillante, toda para nosotros.

 

Existe mucha discusión por las condiciones del terreno. Ya saben, aeropuertos y esas cosas. Que si ya se secó, que si es terreno fangoso, que si es pantano.

A veces vuelvo a pasar por ahí y le echo ojo a ese “lago”. Ahí está. Ahí sigue.

La viejita motorizada

La viejita motorizada

Rumbo al trabajo, siete diecisiete de la mañana, estaba en el transbordo del metro Bellas Artes y caminaba más rápido que los demás; por lo regular siempre camino así, no sé por qué, a veces intento ir más lento, pero sólo lo hago un ratito, luego vuelvo a acelerar.

Iba en mi marcha furtiva rebasando por la derecha, como cafre en Periférico, pero a puro guarache, y cuando estaba por rebasar a "LA VIEJITA" que se me atraviesa un chaparrito y eso me obligó a frenar con motor, pero la doña bien que espejeó, me di cuenta como me vio por el rabillo del ojo y nomás oí cómo trono el clutch forzado de su vieja pero potente máquina clásica; no sé porqué sucedió, pero en ese momento me convertí en su enemigo acérrimo. Rebasé al chaparro gordito tipo vocho y seguí por la derecha, aceleré y aceleró, me veía por el retrovisor y me retaba a intentar la pasada. Pensé -¿Está señora qué tiene, qué le pasa?- Me subió la gasolina al cerebro y di tres zancadas veloces para pasar por la izquierda, ¡pues la condenada señora disimuladamente sacó su paraguas por la ventanilla y me hizo dar un amarrón de Fórmula uno! Dejé las suelas marcadas en el mosaico.

Eso era un reto disimulado, porque todavía me volteó a ver con una sonrisita como pidiendo disculpas, pero se extendió y se pegó a los otros transeúntes-automóviles que iban junto a ella. ¡Me cerró el paso otra vez! Tomé vuelo y se me volvió a cerrar, ahora sí le di laminazo y le respondí con su misma técnica, una "sonrisita de disculpas"; pensé que entre todas sus artimañas nomás faltaba que me soltará una explosión de dióxido de carbono, pero su unidad estaba afinada y no pasó tal cosa.

Íbamos los dos rebasando cual viles cafres, y mientras más aceleraba yo, más aceleraba ella, así competimos la mitad de distancia del túnel, un cerrón, otro, frenábamos y acelerábamos para ganar la batalla. Me sorprendió su buena condición física, aunque se notaba que ya iba aventando el buche (guerra sí había dado); todo era cuestión de segundos para rebasarla porque frente a nosotros estaban las escalera y ahí seguro ella ya no me iba a poder detener. La dejé que se adelantara un poco antes del primer escalón, medí mis distancias y de tres saltos la pasé sin dificultad, todavía escuché algunos de sus murmullos (no por eso dejaban de ser rugidos) contra mí. Iba a espejear, pero pensé en que tal vez me podría hacer una seña obscena y preferí no mirar.

¡Ay, estas mujeres al volante!

¡De violista a violinista!

¡De violista a violinista!

Tuve, en el estricto sentido artístico, una lección de mí para mí mismo. Ja.
Suena raro pero así fue.
Después de ver, primero la película y luego la puesta de OCESA de “El violinista en el tejado” me preguntaba ¿por qué la siguen montando? Y no lo entendía. La palabra aburrido se quedaba corta en mi definición de esta obra, pero hoy, me cerraron (y me cerré) el pico de forma magistral. Confieso que después de dos experiencias (una muy mala, de OCESA, y otra pasable, de la vieja película) no quería una más, pero le di chance al dicho que versa “la tercera es la vencida”.

Y la tercera fue magia. No pude identificar en esta versión qué fue lo pesado de las anteriores, recuerdo de las experiencias pasadas la sensación de querer irme ya. Tengo un medidor interno que, en los cosos malos, me habla y pregunta ¿a qué hora acaba esto? Bueno, pues ahora ni siquiera se acercó tantito a mí, me dejó ver, disfrutar y sentir (sentir mucho, en la piel, en los poros las emociones de este judío lleno de amor a su familia).

Creo que “El Violista en el tejado” es una lección de evolución, una lección de soltar e ir para adelante, de luchar contra ti mismo y las costumbres arraigadas que son tan difíciles de soltar. Y el que lo permite en este escenario es un hombre valeroso; Tevye es un ejemplo de humanidad, porque se da la oportunidad de reflexionar sobre sus arraigos y pasar sobre ellos con una inteligencia valiente que lo deja enfrentarse al pasado, para salir victorioso, en sus convicciones, hacia el futuro.
Si hubiera en el mundo muchos Tevye otra cosa sería.
Disfruté como tenía mucho tiempo no disfrutaba un musical. Me callé la boca a mí mismo, y cómo Tevye, de ahora en adelante no juzgaré por prejuicios. Este es un musical hermoso, con sentimientos, que en mis dos experiencias anteriores no capté, y no por la dramaturgia, quiero aclarar, sino por la "forma" de plasmarla del equipo creativo. Ahora esta misma forma la aprecio y agradezco.
El arte vive de transmitir sensaciones; esta obra me llenó de sensaciones, y eso se agradece.

¡Cuanta diferencia puede haber en el mismo producto por el simple hecho de la pasión con la que se vive, con la que se mira, con la que se visualiza, y con la que se trabaja!

La producción de Bernstein-Peralta vale mucho la pena.

El penúltimo

El penúltimo

Revisé el trabajo. Verifiqué que todo estuviera correcto.

Se lo pasé a Hortensia porque la jefa pidió que también lo revisara ella.

Horte, bien enojada, supongo que por algo que le pasó, no sé qué; una discusión de trabajo, o algo, me dice mirándome feísimo.

-Yo no sé para que tanta revisión, si de un pendejo pasa a que lo revise otro pendejo, y otro pendejo, y otro pendejo y otro pendejo, y al final la pendeja.

¡Ah cabrón!

Sí, claro. Yo soy el penúltimo.

El asesinato

El asesinato

Más o menos 8:40 am, no me fijé bien, pero por caprichos de mi estómago a esas horas salgo del trabajo a la tienda para comprar un pan que me aplaque la tripa. Me ofrecí a traerles algo a mis compañeros, sólo Juan José me encargó unas barritas. Me dio cinco pesos.

Ya en la tienda descubrí que las Barritas cuestan nueve pesos, le tomé una foto al baner (se trata de un juego entre ambos) para demostrarle a mi amigo el precio; en ese momento escuché la descarga. Creí contar 6 balazos, la dueña de la tienda dijo después que cuatro. No lo sé. Ella estaba afuera y vio gran parte del movimiento.

A media calle hay un kinder y estaban llegando las personas a dejar a sus hijos. Una camioneta verde, vieja, llegó, se estacionó frente a la escuela y el conductor fue asesinado a quemarropa. El primer tiro destrozó el cristal del piloto y los demás fueron a parar a su cuerpo. La calle estaba llena de gente llevando a sus niños al jardín. Por increíble que parezca nadie vio al asesino. La dueña de la tienda, espantada le gritó a su marido, en ese momento atendiéndome, que saliera a buscar a su papá porque estaba en el kinder. Él salió, lento, con precaución por supuesto. Todos los demás salimos detrás.

Vi caos en la calle. Mujeres que ya habían dejado a sus niños regresaban corriendo y gritando. Personas mirando a todos lados, desorientados. La tendera nos dijo que le habían disparado al de la camioneta y fijé mi atención ahí. Un hombre se acercó al vehículo y corrió a la puerta contraria. Dio toda la vuelta para sacar a la niña que estaba sentada en el asiento del copiloto, después la metió a la escuela, cargándola. La niña, de unos cinco años, estaba en shock.

Fui, el morbo me movió, descubrí que el hombre baleado se llamaba Juan. Vi que le sangraba el oído, pero no me acerqué más. Se movía muy poco. Todavía estaba vivo.

-¡Juan! Todavía está vivo. ¡Juan!- Lloraba una mujer en la entrada de la escuela que vio lo mismo que yo. Otras la abrazaban. Se escuchó que alguien pidió llamar una ambulancia, nadie le hizo caso. Otros documentaban en video con sus teléfonos. Se empezó a detener el caos de hormiguero y los mirones rodearon la camioneta a distancia. Yo miraba de más atrás. Nadie se acercó.

Se escuchó la primera sirena de policía y la gente retrocedió aún más.

Suficiente. Yo me retiré. Miré llegar la primera patrulla mientras me alejaba, me encontré a otra en el camino, fue todo para mí. Debía trabajar.

Alguien murió hoy con violencia, como todos los días, pero esta vez me tocó verlo a mí.

Para abordar un taxi

Para abordar un taxi

La lluvia hace caos y el caos repercute en el humor de los capitalinos; en este caso capitalinas.

Salí del metro a las 8pm, que es la hora en la que debo entrar a trabajar, obvio iba tarde, y supongo que muchas personas más también.

Saliendo de la estación un ejército de mujeres corre (según ellas, porque yo caminando voy a su misma velocidad) a ganar taxi, había tres unidades formadas que fueron abordados por “las más rápidas”, y detrás llegó otro taxi, justo en ese momento; una señora como de 40 años le hizo la parada y una muchacha dejó que la señora abriera la puerta, y al más puro estilo newyorkino le dio tremendo empujón con el brazo, le dijo algo que no alcancé a escuchar y se metió al taxi.

La señora se sacó mucho de onda, se quedó asimilando un instante lo que había pasado, y ya cuando se le iba la "dama educada" que le ganó el transporte, reaccionó y le aventó la puerta antes que terminara de subir, apachurrándole el tobillo. Se dieron a gritos una serie de buenos deseos (aunque no estamos en Navidad) y cada quien a lo suyo.

En el crucero

En el crucero

Es de que l’otro día iba por a’i por San AnJelipe de Jesús, y en un semáforo, (exactamente ahí en esa esquina donde está la señora de la foto), pus que me agarra el alto.
Eso me cae re gordo porque, ya sabes, luego luego los limpiaparabrisas, hombres plateados, payasitos de crucero y de más cultura pupular se abalanzan sobre el cofre de tu coche. 
Y tú, en la distracción del espectáculo circense no te das cuenta que ya tienes pegados al parabrisas cual pez limpiapeceras a mínimo dos monos enjabonando el cristal.
¿Por qué no nos damos cuenta que ya nos cayeron encima?
Porque a través de los años han desarrollado una técnica; antes se ponía el alto y salían de la esquina eligiendo su mejor opción, según modelo de auto. Pero como todos les decimos que no, pues ahora te caen por atrás, cual chineros, a velocidades sorprendentes. De pronto ya está todo enjabondo tu parabrisas y medallón, todo al mismo tiempo.


Bueno, regreso a la esquina de la San Felipe. 
Se puso el alto y quedé en primera fila.
Miré por el retrovisor para que no me cayeran.
No había ninguno y me teanquilicé.
Miré para el frente.
¡Noooooooo!
En cámara lenta venía un limpiaparabrisas. Pero no era de los plus, era de los más humildes, porque su botella de jabón ni siquiera era de Coca Cola, y en lugar de jalador de hule traía un pedazo de toalla, y además bien percudida.
Y yo, no es que lo viera en cuadro por cuadro, no, es que estaba tan drogado que venía hacia mí con movimientos de cámara phantom.
Le empecé a decir que no, pero nomás me sonrió y siguió hacia nosotros (yo venía con toda mi familia), repetí el no varias veces con ruegos y con la típica seña de negación, con la palma de frente, dedo índice extendido y moviminetos de izquierda a derecha. Nomás me volvió a sonreír. 
Aplicó casi nada de jabón al vidrio y con su toallita hizo embarradero de mugre (de la que ya traía en su trapo)
Le volví a decir que no, acompañado de carcajadas de hijos y esposa. Me volvió a sonreír, y como ya estaba inclinado sobre el auto, se le escurrió la baba a través de su simpática mueca, cayó en el cristal, también en cámara lenta, tan lenta, que hubiera podido sacar la mano y cachar la espesa saliba, pero preferí que cayera en el parabrisas.
Todos estaban a carcajadas, incluido el motito, animado por la alegría de mi familia. Medio pasó su toalla por dónde estaba la baba, pero me dejó todo embarrado de saliba espumosa.
Yo también me reí, me hizo reír y hasta me vi generoso y le di la máxima cuota que me permito para estás ocasiones.
¡Le di cinco pesotes!

¡Ándele! Por buena onda

¡Ándele! Por buena onda

Iñaki, mi hijo de cinco años de edad estaba comiendo papas adobadas y con todos, todos los dedos llenos de chilito, le dice a Katia, chúpale.
-No qué. Fue la respuesta de ella e Iñaki nomás se quedó con la mano extendida. Sentí feo y le dije que yo se los chupaba.
Guátafoc!
Pura pinche mugre comí.
Eso me pasa por andar de papá buena onda.

Alegoría lingüística

Alegoría lingüística

¡El metro! ¡El metro! ¡Ah, que maravillosa fuente de anécdotas!

Resulta que yo iba muy tranquilo, sin molestar a nadie, escuchando música, cuando vi que el chavo que estaba frente a mí estiró el pescuezo para mirar mejor. Y me dije. ¡Pelea!

Me quité los audífonos y voltee a ver la bronca. Un chamaco que venía con una señora pachoncita estaban discutiendo con un tipo alto, aún más pachoncito, más, más pachón, o sea, bien pachón pues. La bronca se debía a que según el muchacho, el señor venía recargando todo su peso en ellos, ¿pero cómo no?, si veníamos todos apretujados. Bueno, de frase en frase se encanijó la señora y abrió la boca para soltar uno de los estilos de lenguaje vulgo más florido que haya escuchado.

El hombre aguantó los ataques de la “seño” (que lo llamaba “reina”) justificando la situación por la falta de espacio, así que finalmente, y después de un rato de alegoría lingüística, ella soltó con un tono de “se acabó la discusión” esta perorata:

-Mira reina, pásate para acá, acá hay espacio; aquí cabe bien tu panzota, tus huevos, y tu cara de pendejo.

Yo, la verdad, me reí, y no fui el único, estuvo bastante original la frasecita, ¡bueno!, casi le empiezo a organizar la ola para festejar el golazo.

El señor pachón se puso mega rojo y se le quedó mirando con harto odio, esperó un momento, supongo maquinando su respuesta o equilibrando las consecuencias de decirla ¡y que la suelta! 

La verdad, no me la esperaba porque no había dicho ni una sola grosería a pesar de los ataques femeninos.

Le dijo, con los dientes apretados - No sé sin con esa sucia boquita coma, pero ojalá que con esa sucia boquita mame.

¡Sopas! Silencio total.

Lo más extraño

Lo más extraño

Dice mi mamá que cuando era bebé adoraba a Topo Gigio. Nada más era cosa de que apareciera en la tele, me emocionaba y gritaba "Poyoyo".

Tenía 6 años más o menos, fuimos a Acapulco mi familia y la familia de mi tía Isabel, hermana de mi mamá, yo estaba emocionado, era la primera vez que viajaba en avión y había sido emocionante, recuerdo que comparé las instalaciones del Aeropuerto de la Ciudad de México y las de Acapulco, me sorprendió la diferencia, esperaba algo similar y no fue así, era un lugar pequeño y descolorido, pero eso sí, atiborrado de gente.

Miré todo al rededor, sentía el calor y la humedad, para esa edad únicamente sabía que era una sensación nueva y buena, olía a verde. Seguía mirando las instalaciones y al mundo de gente, de pronto me di cuenta que estaba solo, no veía a ningún familiar cerca de mí, miraba a través de las personas y buscaba, entonces se me acercó un hombre alto, no muy grande pero sí canoso, tendría unos 45 años, caminó entre la multitud, se detuvo frente a mí, lo vi enorme, me observó entrecerrando los ojos y me dijo -toma niño.

Me dio un Topo Gigio como de treinta centímetro montado en una bicicleta de latón y se alejó, me le quedé mirando impresionado mientras se alejaba, ya no volteó. Lo miré hasta que la gente me impidió localizarlo, en ese momento volví la vista al juguete. Después mi tío Miguel me tomo por la espalda, del hombro, y me llevó con la familia. Les conté lo que había pasado, mi tío y mi papá estiraron sus cuellos, buscando, algo preocupados, mientras los restantes examinaban al ratón. Yo nada más estaba confundido.

No sé si se dio cuenta que yo estaba perdido, creo que no, creo que él era el más perdido de los dos.

Crónicas de Ansina 4: Cacaraña

Crónicas de Ansina 4: Cacaraña

¡Madre mía de Dios piadoso! 

Mi compadre llegó dijiendo que su novia tenía cacaraña en la cara, todo tranquilo, como si nada pasara.

-¿Que tiene qué, Filemón? Le dije todo sosprendido.

-Cacaraña compadre, pero no me importa, sus sentimientos son lo que me gusta de ella.

Yo los he mirado de lejos, de muy lejos, porque Filemón no deja que me acerque, dice que aunque vienimos del mismo pueblito michoacano, él sí tiene categoría, y yo, pus... no. Y como a su novia le gusta el riefinamiento, mejor no deibo aprotsimarme.

Me lo recuerdo que cuando era pequeñito y jugaba con mis hermanos, nos metíamos debajo de la base donde estaban los petates en que dormíanos y descubrinos el origen de los granotes con los que despertábamos cada mañana. Entre los amarres de palma estaba lleno de chinches, ¡que digo chinches! ¡Chinchotas! Era una pequeña comunidá viviendo de nuestras roja sandre muy a gusto ellas... No, pérensen, no era una pequeña comunidá, era un pueblo... ¡que digo pueblo! Era una ciudá como este Defe en el qui’ora vivimos, y quia’mí me encanta por la rica variedá de servicios gratuitos que nos otorga como mi telezota de plasma que miro desde ajuera de Elektra, y cosa así rete bonitas... Pus como les dicía, estas chinches dejaban un rastro de bolitas nedras, nedras como la noche, que parecían lunares del petate, pero no, no lu’eran, eran las cacotas que los animalejos ésos hacian después de haber "degustado" nuestra sandre.

Eeeeeeh, dije "degustado". Esa es una palabra desas que mi compadre Filemón se ha encargado de instruirme en la mente, pa’ que día a día sea un más mejor mexicano... Pero bueno, no me salgo del tema, ya ven que aluego File me regaña por desviar la corriente de la’gua desta platicadita, que porque quesque dice que no va con la reglas literatas. ¡Sepa la bola que quera dicir eso!

Pus antonces ’ora que lo pienso, ya se cual es el nombre cientifíquico de las bolas esas que había en nuestro petate: ¡Eran cacachinches! Desas había riti’hartas, pero nunca en la vida vi cacarañas, digo, sí había arañas en el jacal, también ratones, lagartijas, saltamontes, cochinillas, mis hermanos, y así muchos tipos de alimañas, y de’sos animalejos, l’único que alcancé a ver fueron cacarratones y cacahermanos, pero no, no, no, nunca nada de los demás.

Pero antonces llegó el día que tiendría l’oportunidá de mirarla de cerquitas, ¡y ay Jesús lo que diviso! La probe muchacha tienía toda la cara agujeriada, llena di’hartos oyitos, ¡como si li’hubiera dado viruela! Sientí requete feo por ella y me dije, tene razón mi compadre, lo importante al fin y al cabo son los sentimientos, ¡seguro que sí!, si no, no le veo forma porque sí está re fellita, llena di’hoyos projundos por todas partes... La meritita verdá me quedé pasmado mirándole las marcas pensando en arañas caminando en su cara y zurrándosele encima mientras duerme, hasta que mi compadre me dio un trimendo zape que me regresó pa’acá y me sacó de allá lejos, donde se había ido mi mente, y es que qué carajos tendrán las cacas de araña para hacer esos hoyotes y lastimar de’sa manera la piel de prójimo. Han de tener ácido o algo así. Y allí merito, en ese momento jue cuando di gracias a Dios por llenar mi petata de chiches y no di’arañas. ¡Mil veces prejiero las inojencivas cacachinces a las diestructivas cacarañas! ¡Dios me libre!

 

RAE

cacaraña:

1. f. Cada uno de los hoyos o señales que hay en el rostro de una persona, sean o no ocasionados por la viruela.

La pregunta incómoda

La pregunta incómoda

Veníamos de ensayo de pastorela, y Sebastián nos expresaba con algo de preocupación que no sabía qué taller iba a elegir en la secundaria, ahora que está a una semana de iniciar clases.

Nos dijo -Es que no sé qué hacer, hay electricidad, herrería, dibujo técnico...- y etcétera, etcétera; así venía moliéndose los sesos cuando de pronto, con la convicción de que la experiencia de vida de sus padres podría aportarle una buena solución nos pidió nuestra opinión.

-¿Qué escojo?

Y obvio Katia y yo respondimos de inmediato para apoyar a nuestro hijo a aclarar su mente.

Yo contesté en chinga -Es un señor que no tiene una piernita y que renquea al caminar, porque por lo regular le ponen una pata de palo como a los piratas.

Katia, más técnica, dijo, encimándose en mi respuesta -Es un hombre al que le falta una extremidad inferior, o sea, una pierna, y que se puede apoyar en muletas para andar.

Entonces, como hablamos al mimo tiempo, no alcanzó a captar ni mi idea ni la de ella (aunque eran muy similares, la verdad). Se quedó cayado, pensando, y después nos volvió a meter en su plática.

-Es que no sé que escoger.

¡¿...?!

Sabía que pronto llegaría el día en que tendríamos que hablar de este tema.

Barruntar

Barruntar

Mi mamá me decía que dejara de barruntar sin sentido, no entendía porqué. Dice que hablo mucho y la desespero, que debería callarme y sobre todo, dejar de sacar conjeturas. Me dolió mucho que me lo dijera, y aunque no ubico al animal que barrunta, estoy muy sentida con ella. ¿Serán los becerros o los burros? ¿Las vacas? Estoy segura que es algún animalito de esos de granja. Creo que cuando te dicen eso es porque la gente piensa que lo único que sale de tu boca son sandeces. ¡Estoy enojada con mi mamá!

Tengo cinco años y quiero saber qué es el mundo, por eso no me callo, por eso hablo y hablo y digo lo que pienso, y si nadie me explica, pues yo le pongo su propia verdad a las cosas.

Por ejemplo, la otra noche, mientras dormía, de pronto me despertó una sensación extraña, de miedo, yo no sabía porqué, y le grité a mi papá, él llegó casi luego luego y me sacó del enredijo que hice con mis colchas, era un taco gigante y tuvo que rodarme para sacarme de ahí. Había despertado alterada, tenía miedo y no sabía qué pasaba. Me dijo tocándose con el dedo un oído, escucha, está lloviendo, tu inconsciente de seguro te mandó señales y presentiste peligro, por eso fabricaste monstruos en tu cabeza. Sí, le dije, monstruos, que me gritaban con sus vocesotas y me perseguían, pero no creo que sean sólo sueños, para mí son algo más.

Un día mi mamá aprendió a creerme y yo a conocerme. Antes creía que era mi imaginación, tal y como me lo ha explicado mi papá, pero no es eso, es algo más profundo que me dice, aquí pasa algo: siento de pronto que va a llegar alguien y sí, llega uno de mis tíos, o de repente me quedo quieta, esperando no sé qué, y pasa algo; el otro día iba caminando con mi mamá al kinder y me detuve, por algo, por algo; la jalé y la detuve, entonces volteó a verme fastidiada porque tenía prisa y me jaló de nuevo, no me moví, la detuve, nomás la miré con miedo de algo, pero no sabía qué era ese algo, y cuando me iba a jalar con más fuerza, un coche se subió a la banqueta y se estrello en la pared de la casa por la que iríamos pasando. Después de la impresión me miró sorprendida, como tratando de ver dentro de mí y me preguntó que si sabía lo que iba a pasar, yo le dije que no, pero que sí lo sentía. La miré y tuve una sensación fea porque parecía más pequeña que yo, parecía necesitar un abrazo, lo hice y aproveché el momento para preguntarle lo que significaban sus palabras del otro día, cuando me dijo que dejara de barruntar -¿Qué animal barrunta, mami?

Me miró y después de un momento de recuerdos y reflexión, se sonrió y me dijo, barruntar no es un insulto, hija, barruntar es lo que acabas de hacer ahorita. Y me dio un beso.

Barruntar: prever, conjeturar o presentir por alguna señal o indicio.

Pesadilla

Pesadilla

Soñé…

La construcción es vieja, cuadrada en todo, habitaciones, ventanas, puertas, con los muros llenos de salitre que acrecentan la sensación de antigüedad, ambiente húmedo; es la casa de mis abuelos, la reconozco por completo, pero con un aire colonial, como si la construcción se hubiera diseñado en el siglo XVI.

Yo miraba la televisión que recuerdo de mi infancia, enorme, parecida a lo que hoy es un tocador, pero sin luna, pantalla circular, abombada, de bulbos, con la protección de las bocinas tejidas como artesanía y una tela dorada, que disfrutaba perforando con mis dedos cuando apenas tenía cinco años. La miraba hoy, treintañero ya, a color, en el canal TNT. Mis hijos y sobrinos jugaban en el cuarto contiguo a donde yo estaba, que era el de mis abuelos cuando vivían.

Salieron corriendo despavoridos y entre gritos de papá y tío me decían que había fantasmas en la recámara, a mí me dio risa, porque recordé mi propia infancia, donde convertía cualquier lugar oscuro en guarida de demonios e influido por “La dimensión desconocida” tenía sufrimiento nocturno por el miedo a cerrar los ojos. Les expliqué que esa había sido alguna vez la recámara de mis abuelos, y que no existían los fantasmas. Más tranquilos, pero no confiados, se fueron a jugar al patio.

Seguí viendo la tele y cuando ya estaba de nuevo metido en la película, vi que algo pequeño se asomó por la parte baja de la puerta, me distrajo pero lo ignoré y seguí en lo mío. Volvió a ocurrir, asomó la cabeza, era un bebé, me desconcertó. ¿De dónde salió ese niño? No había modo. Se detuvo un momento y me miró, de ahí en adelante no quitó sus ojos de mí. Avanzó, su movimiento era extraño, pronto lo descubrí, los huesos de sus brazos y piernas estaban rotos pero lo sostenían a gatas y le daban un aspecto arácnido, sus movimientos de pronto se volvieron rápidos, grotescos. Avanzó más, no hacia mí, sino a la puerta, pero sin dejar de mirarme con los ojos bien abiertos, me levanté por impulso del sillón en el que estaba y regresó rapidísimo, en reversa, por donde había entrado.

¿Por qué los protagonistas de las películas de terror en lugar de salir corriendo y nunca jamás regresar, van a investigar qué es lo que está pasando? ¿Alguien sabe? Una respuesta común es que se acabaría la película y adiós historia; bien, pues aquí me pasó lo que siempre he discutido como ilógico, fui a ver a donde se había metido el niño, igual que en el cine. ¡Y tenía miedo! ¡Claro que sí! Si los sueños uno los vive intensamente, sean el género que sean.

Entré a la recámara y la recorrí con la mirada, la primera opción que se me ocurrió fue mirar debajo de la cama, y no erré. Con un hueco en el estómago me agaché y miré poco a poco, había dos bultos envueltos en alfombras viejas color carmesí, podridas ya; con mucho esfuerzo saqué el más grande, lo arrastré hasta el patio y fue cuando llamé a mis tíos, los hermanos de mi mamá. Les conté lo del bebé y el hallazgo, desenrollamos la alfombra y descubrimos a una mujer seca, como momia, gris, con la expresión de un grito eterno y alargado. La mandíbula le daba hasta el pecho y el hueco de la boca era un hoyo estirado y negro. Me mandaron por una persona, oí su nombre, pero era información nebulosa en mi cabeza, era una mancha emborronada en una hoja de mi mente, aún así sabía que tenía que salir por esa persona, fui a la habitación donde miraba la televisión, ahí había dejado las llaves del coche pero no las encontraba, escuché que discutían afuera lo que había que hacer y murmullos que se aproximaban, cuando por fin las hallé me encontré con todos llevando de regreso el cadáver ya envuelto nuevamente en la alfombra, entre opiniones de unos y otros se hizo bullicio y se les resbaló el cadáver, yo estaba recargado en el quicio de la puerta y cayó resbalando por mis piernas hasta mis pies, al momento de tocar el piso interior de la casa, la alfombra enrollada comenzó a moverse como serpiente tratando de regresar al sitio de donde la había sacado, pero estaba yo en su camino y le estorbaba, me empujaba y trataba de pasar por mis pies, pedazos sueltos de tela se enroscaban en mis piernas y me trataban de quitar, sentí horrible, el terror me dominó y empecé a gritar y a patear para quitármela de encima; ha sido una de las sensaciones más desagradables que he tenido en sueños.

Katia me despertó.

-¿Qué te pasa?- Me dijo preocupada.

-Tuve una pesadilla bien chida- hablé pensando ya en que algún día me podría servir como inicio para empezar un cuento, novela o algo por el estilo.

-¿Cómo que bien chida, si era una pesadilla? Estaba gimiendo y me pateaste.

¡Ups!

Me justifiqué –Es que la pinche vieja se me quería enrollar en el pie-, y entonces le conté el sueño.

Luego Katia me contó lo que pasó antes de despertarme. Resulta que ella tenía frío en los pies, me los acercó para calentarlos, ¡y que la agarro a patadas!

 

Eso me recuerda que una vez mi tía Lola, hermana de mi papá, soñó que se moría mi abuelo y gritaba que por qué, y se tiraba en la tumba y arrancaba el pasto haciendo un mega drama, hasta que mi tío Memo la despertó porque le estaba jalando el cabello.

Pobre de mi tío, tan poquito que tiene y su esposa arrancándoselo.

Lo ambiguo de las ninfas

Lo ambiguo de las ninfas

Seis treinta de la mañana, Katia se está cepillando el pelo y se hace un chongo de enfermera mientras yo me aplico mi ración de gel en el pelo para hacerme mi peinado-despeinado sin la necesidad de utilizar peine. Está el noticiero matinal de TvAzteca y aparece la Hija de Salinas Pliego, Ninfa Salinas; su nombre activa mi imaginación y empiezo a decir tonterías: -Mejor ella debería ser familiar de Memo Del Bosque, así se llamaría Ninfa Del Bosque- y me sigo con mi sarta de bobosadas, hilando una tras otra, que para eso me pinto solo.

Mi esposa, serena y sin siquiera quitar la vista del espejo me pregunta: -¿Ninfa? ¿Las ninfas son putas?... Ah caray, me pasmo, no por la palabra altisonante, sino por el cuestionamiento. Analizo la información recopilada a través de los años y le respondo -Sí, pero de los dioses.

Creo que en la tierra hay algo parecido, pero les dicen escorts, y son carísimas. Pero mejor investiguemos.

Según la Real Academia Española:

(Del lat. nympha, y este del gr. νύμφη).

1. f. Mit. Cada una de las fabulosas deidades de las aguas, bosques, selvas, etc., llamadas con varios nombres, como dríada, nereida, etc.

Mmmmm, muy ambiguo.

Veamos Wikipedia

En la mitología griega, una ninfa (en griego antiguo νύμφα) es una deidad femenina menor de la naturaleza, típicamente asociada a un accidente geográfico o lugar concreto, a pesar de lo cual eran designadas por el título de olímpicas, convocadas a las reuniones de los dioses en el Olimpo y descritas como hijas de Zeus. Diferentes de los dioses, las ninfas suelen considerarse espíritus divinos que animan la naturaleza, y ser representadas en obras de arte como hermosas doncellas, desnudas o semidesnudas, que aman cantar y bailar; poetas posteriores las describen a veces con cabellos del color del mar. Se creía que moraban en la tierra: en arboledas, en las cimas de montañas, en ríos, arroyos, cañadas y grutas. Aunque nunca mueren de viejas o por enfermedad, y pueden engendrar de los dioses hijos completamente inmortales, ellas mismas no son necesariamente inmortales, pudiendo morir de distintas formas.

Connotaciones sexuales

Debido a la representación de las ninfas mitológicas como seres femeninos que mantienen relaciones con hombres y mujeres a voluntad, y completamente fuera del dominio masculino, el término se aplica a menudo a quienes presentan una conducta parecida.

El término «ninfomanía» fue creado por la psicología moderna para aludir al «deseo de mantener relaciones sexuales a un nivel lo suficientemente alto como para considerarse clínicamente relevante». Debido al uso generalizado del término por parte de profanos y a los estereotipos asociados a él, los profesionales prefieren actualmente el término «hipersexualidad», que además puede aplicarse tanto a hombres como a mujeres.

La palabra «nínfula» se usa para aludir a una muchacha sexualmente precoz. Este término fue popularizado por la novela Lolita deVladimir Nabokov. El protagonista, Humbert Humbert, usa la palabra incontables veces, normalmente en alusión a Lolita.

...

Pues a fin de cuentas, creo que la respuesta sería sí, pero sin cobrar... ¿Pero si no cobran, son? Uta, voy a investigar, esperen.

Según la Real Academia Española:

prostituto, ta.

(Del lat. prostitūtus).

1. m. y f. Persona que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero.

...

No, pues aquí no hay ambiguedad, todo está muy claro, y además, restriega por el suelo mi teoría conjuntiva anterior de las ninfas-escorts.

Entonces no son, pero bueno, mejor que cada quien decida, porque lo que creo que sí es muy ambiguo, es el término "puta". Se puede usar para denigrar, insultar, como expresión de júbilo o de dolor, con aumentativo o con diminutivo y en varias significancias populares más.

Seis frases útiles para el momento y una aclaración

Seis frases útiles para el momento y una aclaración

Creo que nunca dejaré de usar el metro, cuando no va lleno es una maravilla, para mí es muy cómodo, mido un metro ochentayuno y soy de complexión fuerte, entonces no tengo el problema de ser apachurrado o desplazado por otros en las horas pico, mi recolección de oxígenos es buena y no corro riesgo de desmayos, puedo ver todo lo que sucede y a veces hasta tomo fotos o video con mi celular, pero eso, solamente si voy sin hacer nada, que es muy poco probable, porque mi principal actividad ahí, y por la que adoro ir en el metro, es porque puedo leer; eso cultiva ¿no? Bien lo dice una propaganda gubernamental, hay que "Leer para crecer". (frase 1)

¿Que por qué lo prefiero a andar en mi coche? Fácil, no me estreso en el tráfico soportando microbuseros, y no conozco a nadie que manejando haya leído alguna buena novela... El auto lo dejamos para ir en familia.

Uno de esos días en los que el vagón iba atiborrado de gente, logré meterme entre los pasillos y me puse a leer, en ese entonces estaba en la lectura de "La cuidad y los perros" de Vargas Llosa; el conductor, cada que llegaba a una estación decía la frase muy conocida entre los usuarios: "Favor de permitir el libre cierre de puertas" (frase 2). Así transcurrieron varias estaciones en donde al llegar a cada una subía más y más gente, apachurrándose, comprimiéndose, arrejuntándose, tosiéndose, peleándose, rozándose, oliéndose, rompiendo esa ley de la física que dice "Dos cuerpos no pueden ocupar el mismo espacio" (frase 3); y obvio, el cierre de las puertas era cada vez con mayor dificultad. El conductor en cada parada decía su consigna más molesto, sí, molesto y desesperado, y le incluía un "por favor", "señor del tercer vagón, meta su mochila", "si no cierran las puertas no podemos avanzar" y muchas de esas; entonces, ya llegando a la estación Deportivo Oceanía y demostrando toda su frustración en el temblor de su voz dijo -¡Por los clavos de Cristo (frase 4), favor de permitir el libre cierre de puertas! Ja, todos nos reímos.

Ni chamanes, brujas, dioses griegos, mexicas o romanos, hechiceros, Voldemort, santeros, santos, Satanás, Gandalf, Buda; ni siquiera todos al mismo tiempo "le iban a hacer el favorcito" (frase 5)... de cerrar esas puertas.

Y por fin, después de un buen rato de empujones, al cerrar, como supongo que las burlas estuvieron al por mayor, humano como es el señor conductor se enojó y dio cinco tonos con el timbre de la puerta, esos cinco soniditos que conjugados en ritmo y tiempo significan mentadas de madre; nos volvimos a reír. Creo que aquí nuestro amigo asimiló esa frase que al parecer está pensada por Hitler o alguno de sus iguales por lo rotundo y rudo del significado: "El que no está conmigo está contra mí" (frase 6), pero no, no es de ninguno de esos villanazos que pudieron pensar, es nada más y nada menos que del mismo referido por el conductor, con todo y su clavos.

Y ya entrados y hablando del buen amigo Cristo, quiero aclarar que la frase (7) "dejad que los niños se acerquen a mí" es de él, y no, como todos piensan, de Michael Jackson.

Cosa de rimas

Cosa de rimas

En una noche de esas locas en las que mis compañeros de trabajo decidieron un viernes irse de parranda, al momento de despedirse ya a altas horas de la madrugada, Juan José, parando frente a la entrada del antro y ya con ánimos de irse directo a dormir, dijo:

-Bueno, pues aquí se rompió una jerga y cada quien para su casa.

Y Libertad toda indignada por la falta gramatical y de contexto de la frase, tomada del brazo de su marido, volteó a verlo toda digna y le dijo con tono sabiondo -Ay Juanjo, eso ni rima.

El show debe continuar

El show debe continuar

Voy a transcribir un fragmento del libro "La Virgen de los sicarios", de Fernando Vallejo, que me parece muy adecuado como dedicatoria a toda esa gente que le encanta la nota roja de los periódicos.

..."!Cuidado! ¡Fernando!" alcanzó a gritarme Alexis en el momento en el que los de la moto disparaban. Fue lo último que dijo... Cuando mi niño cayo en la acera me seguía mirando desde su abismo insondable con los ojos abiertos. Traté de cerrárselos pero los párpados se volvían a abrir...

Ojos verdes, incomparables los de mi niño, de un verde milagroso que no igualarán jamás ni siquiera las más puras esmeraldas de Colombia, esas que se llaman "gotas de aceite". Pero los muertos muertos somos y en esencia todos iguales, de ojos negros, cafés o azules, y el corrillo empezaba a cercarnos: con sus rumores, sus murmullos, su tumulto, con su infamia. Entonces entendí lo que tenía que hacer: llevármelo, substraerlo de la curiosidad infame pretendiendo que estaba herido antes de que nadie dijera que estaba muerto. Para privarlos del espectáculo del levantamiento del cadáver que es el que nos toca dar a los que morimos en la vía pública, y que tan íntimo gozo les produce a los que creen que siguen vivos porque están de pie arremolinados, con su vileza en torno."

Y hasta aquí llegamos con Vallejo, pero no conmigo. Es humillante como especie, para mí, ver como la gente se alimenta del sufrimiento ajeno, que algún día podría convertirse en el dolor propio. A algunos de nosotros, no lo sabemos, tal vez nos toque algún día ser el personaje principal de la primera plana, y una forma de evitarlo es dejar de alimentarnos del dolor de otras familias, porque de una en una, en cada nueva impresión del periódico, se va acumulando el sufrimiento de muchos hijos, sobrinos, padres o hermanos... Su dolor no lo podemos evitar, pero sí la exposición ignorando estas publicaciones sensacionalistas.

Que horrible modalidad de fama, dónde eres el arlequín del momento por veinte segundos en lo que el morboso mira tu rostro desfigurado, tus intestinos regados, tus ojos muertos y plagados del último momento de terror que viviste, tu lengua de fuera, y después, riéndose de tu cuerpo mutilado continúa su vida normal, para mañana él mismo ser el payaso decrépito de la "primera plana".

Suponiendo: ¿Me gustaría saber si el día que la familia de Vázquez Raña muera masacrada (es un ejemplo) va a permitir que se publiquen las fotos de sus sobrinitos en "La Prensa"? Digo, igual y lo que le importa es vender. Como por ahí dicen en el mundo de la artisteada: El show debe continuar.

¡Y por piedad! ¿Quién es el imbécil de "El Gráfico" que se cree muy telentoso y creativo escribiendo encabezados burlándose de la situación del cadáver, y por consiguiente de sus deudos?

Intercambio navideño

Intercambio navideño

Diciembre de 2010

En uno de esos intercambios navideños del trabajo, en los que tú mismo escoges las opciones de tu regalo y se establece el rango a gastar (Doscientos pesos), nos encontrábamos a gusto repartiendo los regalos, ya saben, botellas, suéters, bufandas, libros, películas, etc. y acontenció lo siguiente.

Para empezar a contar esto debo retroceder unos días en el tiempo, al momento en el que se repartieron los papelitos, todos tomaron sus opciones y ya saben, las risas, las miradas misteriosas y por supuesto, las inconformides. Resulta que Diana y José tenían un pleito casado enorme, de esos que hasta a ti te incomodan cuando estás cerca del nuevo agarrón del día, y pues a Diana le tocó darle regalo a José. No me lo dijo directamente, pero su expresión fue la que informó todo. 

Después, ahora sí, directo, me dijo con cara de sufrimiento -cámbiame tu papelito-.

Estuve a punto de hacerlo, ¿pero entonces dónde habría quedado la diversión?, y no se lo cambié. Pensé que tal vez alguno de los otros compañeros la harían, pero no fue así. ¡Maldosos los amiguitos!

Llegó el día del intercambio y pusimos todos los regalos en una mesa, todo bien navideño, bieeeeen bonito, como dice la misma Diana, y empezó todo el guateque, yo por supuesto recibí un libro (siempre pido libros), hubo suéters, chocolates, otros libros, botellas, películas, etc, y más o menos por la mitad del intercambio le tocó a José entregar su regalo. La verdad se esmeró Josecito, dio su obsequio, su abrazo y todos muy contentos, muy felices, hasta que le tocó a Diana...

-A mi me tocó darle a José- Dijo toda malhumorada, -pero no me dio tiempo de ir de compras-. Y le entregó un billete de doscientos pesos hecho rollito. Se hizo un silencio pesado, yo no sabía si reírme, porque la cara desencajada de José sí estuvo melancólica, se vio que le dolió, y después llegó el enojó, se puso morado, mucho, porque como es negrito es más difícil notarle los calores en el rostro, y se le notaron cañón. ¡Corajote que hizo el muchacho! Nomás se quedó mirando el billete y Diana se fue a sentar a su lugar como si nada.

Pasaron los que faltaban y siguió la fiesta, pero se sentía el ambiente tenso, sobre todo si volteabas a ver a José. Al final quedaba un sólo regalo en la mesa y todos empezaron a preguntar que quién faltaba. Entonces Diana tomó el regalo y dijo -Este es el de José-. Yo solté una carcajada gigante que ya traía reprimida, todos se rieron con ganas. La verdad Diana se rifó el físico con la broma. Estuvo buenísimo todo el proceso.

José se puso tan contento que hasta le regresó su billete de doscientos.

Dostoievsky puede esperar

Dostoievsky puede esperar

Después de infinidad de contratiempos pude llegar, toqué el timbre de la casa de un amigo, compañero universitario, para comprarle su primera novela, "Entre el amor y el silencio", pensé que no llegaría nunca, quedamos de acuerdo un día antes de que yo pasaría entre las once y el medio día, pero mis actividades sabatinas son extensas. Tuve que llevar a Sebastián a Xpresión a sus clases de teatro, después ir al psicólogo a llevar a Katia y a Iñaki porque por culpa de una película "Lo que el agua se llevó" mi hijo menor no quiere hacer del dos en la taza de baño. Pensé en ocupar ese lapso de tiempo para ir por el libro, Clavería no está lejos de Tlatelolco, llegaría máximo en media hora, tardaría poco más de una hora en ir y venir así que saldrían antes de que regresara, pero fuera de la clínica hay un bonito parque donde me esperarían. 

Ese era el momento, los dejé y caminé hacia Avenida Camarones pero como dicen, hombre precavido vale por dos, llamé a mi amigo, estaba en Polanco, él también venía de regreso, medí mi tiempo y caí en cuenta que si lo esperaba tardaría mucho más y ese era otro inconveniente porque a la una treinta tenía un taller de teatro. Le dije que iría cuando saliera, como a eso de las cuatro treinta.

Llegó el momento de salir ¡y estaba lloviendo! ¡Fuerte! Un amigo, Sergio Robel, nos dio un aventón al metro La Raza y de ahí, para Tlatelolco, tenía que ir, o sea, ya se lo había prometido, ya le había quedado mal varias veces y hasta me había puesto una dedicatoria en el libro... No me sentía bien dejarlo así, aunque el no estaba en su casa el libro me lo entregaría su mamá, así que hicimos acopio de valor mi familia y yo para enfrentarnos a la lluvia y fuimos para allá, por fortuna, cuando salimos del metro ya no estaba lloviendo.

Su mamá me entregó el libro, me dio gusto ver con que orgullo lo ponía en mis manos, me sentí contento por él, sé como quiere a su madre y creo sin dudarlo que este es el mejor regalo que ha recibido de su hijo, un libro, y no me refiero a lo impreso, sino al significado de ver a su hijo realizarse y lograr un objetivo importante. Disfruté mucho esta escena.

Miré la portada y leí "Entre el amor y el silencio" de Ricardo Salazar. Lo empecé a leer al día siguiente, y que agradable lectura, por cosas de la vida leo en el metro, casi toda mi historial literario ha crecido en los vagones del metro, pero este libro es para leerlo sentado en tu sillón más cómodo, con un buen café.

No niego que para empezar a leerlo tuve que hacer algo que no me gusta, dejar inconcluso otro libro, en ese preciso momento estaba leyendo "Los hermanos Karamosov" de Dostoievsky, pero creo que un evento así no nos ocurre mucho en la vida... No me arrepentí, tengo un modo peculiar para catalogar una lectura, película, obra de teatro, ¡vamos!, expresiones artísticas, y ese modo es “la sensación que me deja”. El libro lo recuerdo con una sonrisa, como de nostalgia por una niñez recordada de repente, como algo agradable que ya fue; ah, pues como ya había dicho, un libro para una tarde lluviosa y un café a la luz del atardecer. Así me supo la lectura. En lo particular no pude evitar ponerle la cara de Ricardo al personaje principal, será porque lo conozco, pero así lo vislumbre; me divertí, me reí, sufrí con el héroe sus travesías y puedo decir que con las descripciones casi conocí a sus compañero de cuarto, amigos y pareja.

Después de leer el libro te deja optimista, viendo para adelante, y aunque redunda en un ambiente gay, eso es lo de menos. Los personajes sufren, ríen y gozan como humanos que son, creo que esta es una de las virtudes de “Entre el amor y el silencio”, darle al mundo gay la particularidad del ser humano, de recordarnos que son personas como tú o como yo, que llevan una vida normal y además, desmitifica muchos tabúes que tiene la sociedad actual donde los pinta casi como monstruos. ¿Cuántas veces hemos oído a los niños en la calle decirle a uno de sus amigos “puto” con tono tan demoledor que el simple hecho de escucharlo causa burlas entre los demás niños? Tal parece que lo utilizan como uno de sus mayores insultos. Ahora, no quiero meterme con la forma de conceptualizar cada palabra despectiva que se refiere a la homosexualidad, porque sería irnos a unos niveles en donde los niños ni siquiera son partícipes, lo cierto es que lo toman como insulto, y que esto viene desde sus padres.

Sería bueno este diálogo para poner todo a la par:

-Pinche Juanito, esa niña quiere contigo, se ve que es bien facilota y ni la pelas, eres bien puto.

Y los demás afirman maliciosos.

Entonces juanito se le enfrenta y le dice.

-Te vale, piche Ponchito "misógino".

Todos los niños se detienen impactados, y con expresión de asombro se alejan de Juanito, porque dijo “la palabrota”.

 

No nos metamos más en honduras, pero en lo personal me parece en extremo denigrante ser un hombre que odia a la mujer y no le veo nada inhumano a una persona que ejerce su sexualidad como mejor le parezca (supongo que a quien le molesta es porque no puede soportar su propia morbosa imaginación).

Regresando al libro, es recomendable, es divertido, humano, son letras que parece que sienten, son palabras de amor a la vida, léanlo, se la van a pasar muy bien, y por último quiero contar esto: antes de empezar a leerlo me cuestioné si debía dejar a un lado “Los hermanos Karamasov” por leer “Entre el amor y el silencio”, y sí, lo hice, y estuvo bien, fue refrescante, además, no era para tanto, digo, ahora ya lo retomé; simplemente en ese momento me dije a mí mismo, Dostoievsky puede esperar.