La viejita motorizada
Rumbo al trabajo, siete diecisiete de la mañana, estaba en el transbordo del metro Bellas Artes y caminaba más rápido que los demás; por lo regular siempre camino así, no sé por qué, a veces intento ir más lento, pero sólo lo hago un ratito, luego vuelvo a acelerar.
Iba en mi marcha furtiva rebasando por la derecha, como cafre en Periférico, pero a puro guarache, y cuando estaba por rebasar a "LA VIEJITA" que se me atraviesa un chaparrito y eso me obligó a frenar con motor, pero la doña bien que espejeó, me di cuenta como me vio por el rabillo del ojo y nomás oí cómo trono el clutch forzado de su vieja pero potente máquina clásica; no sé porqué sucedió, pero en ese momento me convertí en su enemigo acérrimo. Rebasé al chaparro gordito tipo vocho y seguí por la derecha, aceleré y aceleró, me veía por el retrovisor y me retaba a intentar la pasada. Pensé -¿Está señora qué tiene, qué le pasa?- Me subió la gasolina al cerebro y di tres zancadas veloces para pasar por la izquierda, ¡pues la condenada señora disimuladamente sacó su paraguas por la ventanilla y me hizo dar un amarrón de Fórmula uno! Dejé las suelas marcadas en el mosaico.
Eso era un reto disimulado, porque todavía me volteó a ver con una sonrisita como pidiendo disculpas, pero se extendió y se pegó a los otros transeúntes-automóviles que iban junto a ella. ¡Me cerró el paso otra vez! Tomé vuelo y se me volvió a cerrar, ahora sí le di laminazo y le respondí con su misma técnica, una "sonrisita de disculpas"; pensé que entre todas sus artimañas nomás faltaba que me soltará una explosión de dióxido de carbono, pero su unidad estaba afinada y no pasó tal cosa.
Íbamos los dos rebasando cual viles cafres, y mientras más aceleraba yo, más aceleraba ella, así competimos la mitad de distancia del túnel, un cerrón, otro, frenábamos y acelerábamos para ganar la batalla. Me sorprendió su buena condición física, aunque se notaba que ya iba aventando el buche (guerra sí había dado); todo era cuestión de segundos para rebasarla porque frente a nosotros estaban las escalera y ahí seguro ella ya no me iba a poder detener. La dejé que se adelantara un poco antes del primer escalón, medí mis distancias y de tres saltos la pasé sin dificultad, todavía escuché algunos de sus murmullos (no por eso dejaban de ser rugidos) contra mí. Iba a espejear, pero pensé en que tal vez me podría hacer una seña obscena y preferí no mirar.
¡Ay, estas mujeres al volante!
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