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Guansaponatáin

Pesadilla

Pesadilla

Soñé…

La construcción es vieja, cuadrada en todo, habitaciones, ventanas, puertas, con los muros llenos de salitre que acrecentan la sensación de antigüedad, ambiente húmedo; es la casa de mis abuelos, la reconozco por completo, pero con un aire colonial, como si la construcción se hubiera diseñado en el siglo XVI.

Yo miraba la televisión que recuerdo de mi infancia, enorme, parecida a lo que hoy es un tocador, pero sin luna, pantalla circular, abombada, de bulbos, con la protección de las bocinas tejidas como artesanía y una tela dorada, que disfrutaba perforando con mis dedos cuando apenas tenía cinco años. La miraba hoy, treintañero ya, a color, en el canal TNT. Mis hijos y sobrinos jugaban en el cuarto contiguo a donde yo estaba, que era el de mis abuelos cuando vivían.

Salieron corriendo despavoridos y entre gritos de papá y tío me decían que había fantasmas en la recámara, a mí me dio risa, porque recordé mi propia infancia, donde convertía cualquier lugar oscuro en guarida de demonios e influido por “La dimensión desconocida” tenía sufrimiento nocturno por el miedo a cerrar los ojos. Les expliqué que esa había sido alguna vez la recámara de mis abuelos, y que no existían los fantasmas. Más tranquilos, pero no confiados, se fueron a jugar al patio.

Seguí viendo la tele y cuando ya estaba de nuevo metido en la película, vi que algo pequeño se asomó por la parte baja de la puerta, me distrajo pero lo ignoré y seguí en lo mío. Volvió a ocurrir, asomó la cabeza, era un bebé, me desconcertó. ¿De dónde salió ese niño? No había modo. Se detuvo un momento y me miró, de ahí en adelante no quitó sus ojos de mí. Avanzó, su movimiento era extraño, pronto lo descubrí, los huesos de sus brazos y piernas estaban rotos pero lo sostenían a gatas y le daban un aspecto arácnido, sus movimientos de pronto se volvieron rápidos, grotescos. Avanzó más, no hacia mí, sino a la puerta, pero sin dejar de mirarme con los ojos bien abiertos, me levanté por impulso del sillón en el que estaba y regresó rapidísimo, en reversa, por donde había entrado.

¿Por qué los protagonistas de las películas de terror en lugar de salir corriendo y nunca jamás regresar, van a investigar qué es lo que está pasando? ¿Alguien sabe? Una respuesta común es que se acabaría la película y adiós historia; bien, pues aquí me pasó lo que siempre he discutido como ilógico, fui a ver a donde se había metido el niño, igual que en el cine. ¡Y tenía miedo! ¡Claro que sí! Si los sueños uno los vive intensamente, sean el género que sean.

Entré a la recámara y la recorrí con la mirada, la primera opción que se me ocurrió fue mirar debajo de la cama, y no erré. Con un hueco en el estómago me agaché y miré poco a poco, había dos bultos envueltos en alfombras viejas color carmesí, podridas ya; con mucho esfuerzo saqué el más grande, lo arrastré hasta el patio y fue cuando llamé a mis tíos, los hermanos de mi mamá. Les conté lo del bebé y el hallazgo, desenrollamos la alfombra y descubrimos a una mujer seca, como momia, gris, con la expresión de un grito eterno y alargado. La mandíbula le daba hasta el pecho y el hueco de la boca era un hoyo estirado y negro. Me mandaron por una persona, oí su nombre, pero era información nebulosa en mi cabeza, era una mancha emborronada en una hoja de mi mente, aún así sabía que tenía que salir por esa persona, fui a la habitación donde miraba la televisión, ahí había dejado las llaves del coche pero no las encontraba, escuché que discutían afuera lo que había que hacer y murmullos que se aproximaban, cuando por fin las hallé me encontré con todos llevando de regreso el cadáver ya envuelto nuevamente en la alfombra, entre opiniones de unos y otros se hizo bullicio y se les resbaló el cadáver, yo estaba recargado en el quicio de la puerta y cayó resbalando por mis piernas hasta mis pies, al momento de tocar el piso interior de la casa, la alfombra enrollada comenzó a moverse como serpiente tratando de regresar al sitio de donde la había sacado, pero estaba yo en su camino y le estorbaba, me empujaba y trataba de pasar por mis pies, pedazos sueltos de tela se enroscaban en mis piernas y me trataban de quitar, sentí horrible, el terror me dominó y empecé a gritar y a patear para quitármela de encima; ha sido una de las sensaciones más desagradables que he tenido en sueños.

Katia me despertó.

-¿Qué te pasa?- Me dijo preocupada.

-Tuve una pesadilla bien chida- hablé pensando ya en que algún día me podría servir como inicio para empezar un cuento, novela o algo por el estilo.

-¿Cómo que bien chida, si era una pesadilla? Estaba gimiendo y me pateaste.

¡Ups!

Me justifiqué –Es que la pinche vieja se me quería enrollar en el pie-, y entonces le conté el sueño.

Luego Katia me contó lo que pasó antes de despertarme. Resulta que ella tenía frío en los pies, me los acercó para calentarlos, ¡y que la agarro a patadas!

 

Eso me recuerda que una vez mi tía Lola, hermana de mi papá, soñó que se moría mi abuelo y gritaba que por qué, y se tiraba en la tumba y arrancaba el pasto haciendo un mega drama, hasta que mi tío Memo la despertó porque le estaba jalando el cabello.

Pobre de mi tío, tan poquito que tiene y su esposa arrancándoselo.

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