Crónicas de Ansina 4: Cacaraña
¡Madre mía de Dios piadoso!
Mi compadre llegó dijiendo que su novia tenía cacaraña en la cara, todo tranquilo, como si nada pasara.
-¿Que tiene qué, Filemón? Le dije todo sosprendido.
-Cacaraña compadre, pero no me importa, sus sentimientos son lo que me gusta de ella.
Yo los he mirado de lejos, de muy lejos, porque Filemón no deja que me acerque, dice que aunque vienimos del mismo pueblito michoacano, él sí tiene categoría, y yo, pus... no. Y como a su novia le gusta el riefinamiento, mejor no deibo aprotsimarme.
Me lo recuerdo que cuando era pequeñito y jugaba con mis hermanos, nos metíamos debajo de la base donde estaban los petates en que dormíanos y descubrinos el origen de los granotes con los que despertábamos cada mañana. Entre los amarres de palma estaba lleno de chinches, ¡que digo chinches! ¡Chinchotas! Era una pequeña comunidá viviendo de nuestras roja sandre muy a gusto ellas... No, pérensen, no era una pequeña comunidá, era un pueblo... ¡que digo pueblo! Era una ciudá como este Defe en el qui’ora vivimos, y quia’mí me encanta por la rica variedá de servicios gratuitos que nos otorga como mi telezota de plasma que miro desde ajuera de Elektra, y cosa así rete bonitas... Pus como les dicía, estas chinches dejaban un rastro de bolitas nedras, nedras como la noche, que parecían lunares del petate, pero no, no lu’eran, eran las cacotas que los animalejos ésos hacian después de haber "degustado" nuestra sandre.
Eeeeeeh, dije "degustado". Esa es una palabra desas que mi compadre Filemón se ha encargado de instruirme en la mente, pa’ que día a día sea un más mejor mexicano... Pero bueno, no me salgo del tema, ya ven que aluego File me regaña por desviar la corriente de la’gua desta platicadita, que porque quesque dice que no va con la reglas literatas. ¡Sepa la bola que quera dicir eso!
Pus antonces ’ora que lo pienso, ya se cual es el nombre cientifíquico de las bolas esas que había en nuestro petate: ¡Eran cacachinches! Desas había riti’hartas, pero nunca en la vida vi cacarañas, digo, sí había arañas en el jacal, también ratones, lagartijas, saltamontes, cochinillas, mis hermanos, y así muchos tipos de alimañas, y de’sos animalejos, l’único que alcancé a ver fueron cacarratones y cacahermanos, pero no, no, no, nunca nada de los demás.
Pero antonces llegó el día que tiendría l’oportunidá de mirarla de cerquitas, ¡y ay Jesús lo que diviso! La probe muchacha tienía toda la cara agujeriada, llena di’hartos oyitos, ¡como si li’hubiera dado viruela! Sientí requete feo por ella y me dije, tene razón mi compadre, lo importante al fin y al cabo son los sentimientos, ¡seguro que sí!, si no, no le veo forma porque sí está re fellita, llena di’hoyos projundos por todas partes... La meritita verdá me quedé pasmado mirándole las marcas pensando en arañas caminando en su cara y zurrándosele encima mientras duerme, hasta que mi compadre me dio un trimendo zape que me regresó pa’acá y me sacó de allá lejos, donde se había ido mi mente, y es que qué carajos tendrán las cacas de araña para hacer esos hoyotes y lastimar de’sa manera la piel de prójimo. Han de tener ácido o algo así. Y allí merito, en ese momento jue cuando di gracias a Dios por llenar mi petata de chiches y no di’arañas. ¡Mil veces prejiero las inojencivas cacachinces a las diestructivas cacarañas! ¡Dios me libre!
RAE
cacaraña:
1. f. Cada uno de los hoyos o señales que hay en el rostro de una persona, sean o no ocasionados por la viruela.
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