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Guansaponatáin

En el crucero

En el crucero

Es de que l’otro día iba por a’i por San AnJelipe de Jesús, y en un semáforo, (exactamente ahí en esa esquina donde está la señora de la foto), pus que me agarra el alto.
Eso me cae re gordo porque, ya sabes, luego luego los limpiaparabrisas, hombres plateados, payasitos de crucero y de más cultura pupular se abalanzan sobre el cofre de tu coche. 
Y tú, en la distracción del espectáculo circense no te das cuenta que ya tienes pegados al parabrisas cual pez limpiapeceras a mínimo dos monos enjabonando el cristal.
¿Por qué no nos damos cuenta que ya nos cayeron encima?
Porque a través de los años han desarrollado una técnica; antes se ponía el alto y salían de la esquina eligiendo su mejor opción, según modelo de auto. Pero como todos les decimos que no, pues ahora te caen por atrás, cual chineros, a velocidades sorprendentes. De pronto ya está todo enjabondo tu parabrisas y medallón, todo al mismo tiempo.


Bueno, regreso a la esquina de la San Felipe. 
Se puso el alto y quedé en primera fila.
Miré por el retrovisor para que no me cayeran.
No había ninguno y me teanquilicé.
Miré para el frente.
¡Noooooooo!
En cámara lenta venía un limpiaparabrisas. Pero no era de los plus, era de los más humildes, porque su botella de jabón ni siquiera era de Coca Cola, y en lugar de jalador de hule traía un pedazo de toalla, y además bien percudida.
Y yo, no es que lo viera en cuadro por cuadro, no, es que estaba tan drogado que venía hacia mí con movimientos de cámara phantom.
Le empecé a decir que no, pero nomás me sonrió y siguió hacia nosotros (yo venía con toda mi familia), repetí el no varias veces con ruegos y con la típica seña de negación, con la palma de frente, dedo índice extendido y moviminetos de izquierda a derecha. Nomás me volvió a sonreír. 
Aplicó casi nada de jabón al vidrio y con su toallita hizo embarradero de mugre (de la que ya traía en su trapo)
Le volví a decir que no, acompañado de carcajadas de hijos y esposa. Me volvió a sonreír, y como ya estaba inclinado sobre el auto, se le escurrió la baba a través de su simpática mueca, cayó en el cristal, también en cámara lenta, tan lenta, que hubiera podido sacar la mano y cachar la espesa saliba, pero preferí que cayera en el parabrisas.
Todos estaban a carcajadas, incluido el motito, animado por la alegría de mi familia. Medio pasó su toalla por dónde estaba la baba, pero me dejó todo embarrado de saliba espumosa.
Yo también me reí, me hizo reír y hasta me vi generoso y le di la máxima cuota que me permito para estás ocasiones.
¡Le di cinco pesotes!

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