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Guansaponatáin

La adorable viejita

La adorable viejita

Hace algunos ayeres, cuando rondaba más o menos por la quincena de años, venía con mi hermano y mi primo Miguel de regreso a la casa, abordamos una pesera en el metro Moctezuma y ahí comenzó lo bueno.

De entre todos mis primos, creo que yo soy el más serio, o sea que imagínense el desmadre que se arma cuando nos juntamos. Para ponerlo en una balanza, en el trabajo me preguntan que de dónde se me ocurren tantas estupideces, y la verdad es que hay pocos que me den batalla; ahora, si comparamos las mías, con las que dicen mis primos, pues sí soy un amateur. De aquí podemos partir con el relato.

Ibamos a la mitad del camino de regreso a casa de mis abuelos y ya traíamos bastante divertida a la gente, bueno, más bien, traían bastante divertida a la gente mi hermano y Miguel. Pero lo bueno llegó un poco después. La pesera se vacío y sólo quedamos sentados en la parte de atrás nosotros tres y cotraespalda del chofer una adorable viejita.

Nomás de imaginarme a mi hermano y a Miguel recordandando esto, siento que me agarra de nuevo la risa.

Seguíamos con nuestro desmadre y la viejita nomás nos miraba pelando sus ojitos lo más  que podía y sin ninguna expresión. El chofer agarró la curva del Deportivo Oceania bastante fuerte, tanto que tuvimos que sostenermos de donde fuera, y la viejita... la viejita... comezó a caer lenta, muy lentamente de lado, cual costal de papas, sin mover siquiera sus bracitos para agarrarse; cayó...cayó... y su cara seguía con la misma expresión, con los ojos pelados y sin un sólo movimiento facial. Y siguió cayendo.

No pude hacer nada para detenerla, supongo que tampoco los otros dos. Y pasó lo inevitable, lo que pensé que no debería pasar, pero pasó. Escuché el carraspeo de gargantas cuando se intenta detener una carcajada. 

Eso era lo que no debía pasar porque sabía que no iba a aguantar la risa. Agaché mi cabeza y haciendo uso de todo mi poder de concentración la contuve. Me cae que a pesar de que estabamos a punto de reír, sufríamos.

Yo nomás escuchaba como se aguantaban la risa y sentía el movimiento torácico del que iba a mi lado, no me acuerdo cuál de los dos, convulsionando sus pulmones con su carcajada interna. Sabía que si volteaba a verlos no aguantaría.

No me acuerdo en que momento y cómo se levantó la viejita, lo que si me acuerdo es haberla visto ecostada en el asiento bastante rato. Y no es que fuera grosero o descortés para ayudarla a levantarse, lo que pasa es que no podía. Si me movía iba a soltar la carcajada. 

Después cuando ya mero bajábamos pude ver, por fin, sin sentir que me ganaba la risa, a la adorable viejita ya sentada y con la misma expresión de ojos pelones y sin nunguna expresión mirándonos. No manchen, me cae que ustedes también se hubieran reído, de por sí ya veníamos muy simplones, y luego la viejita se avienta su clavado de 9.9, pues no lo pudimos soportar.

Al final un Tazo, de esos de Sabritas, desató las carcajadas cuando íbamos bajando de la combi y no dejamos de reír en un buen, pero buen rato.

Lo que sí recuerdo, y para que no quede todo nuestro honor manchado, fue que la ayudamos a subir, antes de que todo pasara. 

Es seguro que esta señora ya falleció pero su recuerdo vivirá en nuestras tres memorias por siempre. Requiem por la adorable viejita.

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